domingo, 11 de diciembre de 2011

Escrito en Tardes de Lluvia

“Otra nueva dirección” fue lo único que seguía revoloteando en su cabeza. Los disparos atravesaban el toldo, las llamas invocaban demonios a su alrededor, pero él seguía paralizado.

El viejo había vuelto en sí, sus ojos ya no brillaban. Ahora Mark lo miraba curiosamente, e intento decirle unas palabras vanas, para verificar su estado. Hizo extraños gestos incesantemente. Mark dedujo, a pura lógica lo que quería decir. Su mano se movía por su boca y hacía gestos negativos. No podía hablar. Su mano se movió rápidamente hacia su oído. No podía escuchar. Sin dudas, un panorama desalentador.

Miró afuera contemplando el campo de batalla, y trazando un plan. No había planes para trazar. Había que actuar inmediatamente. La batalla se había igualado. La sangre corría para los dos lados. Diviso la carpa a la que debía ir. El francés, mientras tanto, se estaba reincorporando luego de haber sido abandonado por ese espíritu divino que lo inspiraba a pintar salvaciones.

La mejor idea, en realidad, aquella que apareció más rápido en la mente de Mark, fue ejecutada de inmediato. La culata de la Magnum impactó en la cabeza del anciano. Mark planeaba llevárselo consigo desmayado. Aun no estaba seguro por qué, pero sabía que, si sus ojos brillaban, y le había indicado una ruta, algo tenía que ver con todo ese enredado asunto.

El cuerpo debilitado se desplomo en el suelo, y una vez allí fue alzado por Mark. Nuevamente miro hacia la carpa, que se encontraba detrás de las líneas francesas. Sin embargo, su compañero de similar procedencia estaba cubierto por la defensiva de los Natchez.

Una carrera pobre, con el cuerpo a cuestas. Casi 30 segundos. No podía darse ese lujo al momento de llegar a su toldo objetivo. Llego con pocas energías al lado del francés. Deposito al anciano en el suelo, y a gachas se dirigió a Félix. Le indico el lugar a donde debían ir. No dijo palabras. Lo dejo todo implícito con una mirada, solamente cuando deposito la Kalashnikov en manos de Félix. El francés lo miro a los ojos, casi rogando que no se lo estuviera pidiendo en serio. Aun así, Mark insistió. Félix trago saliva, y asintió con los ojos llorosos.

Mark levanto al anciano nuevamente, y lo puso sobre su hombre izquierdo. Su mano derecha sostenía uno de los dos revólveres. Al mismo momento, los hombres se movieron felinamente a través del campo.

Intentaron mantenerse al borde de toda batalla. Félix decidió tomar la delantera generosamente, ya que su compañero cargaba con un peso adicional. Corrían bajo fuego enemigo mientras disparaban. Por poco no era un suicidio. Por poco no lo fue. Atravesaron las líneas francesas con sus espaldas apuntando hacia una fila de toldos. Atrajeron la atención de todos. Pero un nuevo cañonazo oportuno desbarato, desafortunadamente para los franceses, las filas hostiles. Aprovechando la oportunidad, Mark y Félix saltaron dentro de la carpa dibujada.

Se levantaron quitándose el polvo de encima. El destino toco la puerta. Un disparo silbo cerca del oído de Mark. Un portal se abrió en el extremo del toldo. Mark, no se preguntó a donde iba, solo quería irse de allí. Se abalanzo sobre la puerta al infierno.

Curiosamente, en el infierno había agua. Agua que caía de arriba. El barro se formaba. Hombres vestidos de verde y gris se revolcaban en él, y se cubrían detrás de bancos de tierra. Edificios a su alrededor, cubriendo con sus sombras las calles sin pavimentar. Disparos allí nuevamente. El destino estaba escrito en tardes de lluvia. En tardes de un 10 de Junio de 1944, cuando los británicos intentaban retomar Caen de las manos de los alemanes.