sábado, 26 de noviembre de 2011

Natchez ardientes.

Los cien metros más largos de su vida tuvo que recorrer Mark, por más que a Félix le parecieron los más cortos. Probablemente, debido a la desesperación en el primer individuo, y el entusiasmo en el segundo.


Encontrándose a unas zancadas de la aldea, Mark pensó la mejor forma de entrar. La tribu estaba edificada en círculo, entorno a un punto central en el medio de la misma. Sin embargo, había algunos refugios un poco más rezagados, y algún que otro cerco, en donde guardaban animales cimarrones capturados, que interrumpía la sucesión de tiendas. La mente de Mark divago entre las ideas de rodear la tienda y saltar en medio de la pelea, o rodear la tienda y apostarse en algún recoveco mientras disparaba. Sin embargo, un impulso divino dentro de él le dijo que intentara atravesar la frágil estructura de tela. Desde la parte superior de la tienda, el fuego contemplaría sus acciones.


Las telas acompañaron el cuerpo de Mark quizás medio metro, y luego se escurrieron por sus hombros, volviendo a su posición original, sin siquiera hacer temblar a la estructura ardiente. Mark esbozó una pequeña sonrisa diabólica, aunque rápidamente borrada por el humo en la habitación. Allí adentro encontró lo obvio dentro de cualquier refugio, pero también encontró cadáveres, y llantos de criaturas al lado de los mismos. Contuvo su parte humana, y se concentró en la batalla. Dejo las lágrimas para después.


Desde adentro vio un panorama aterrorizante. Hombres siendo masacrados sin siquiera estar armados, mujeres corriendo con sus hijos a cuestas, torturas fáciles pero dolorosas. Pero no se podía siquiera comparar con lo que se podía ver desde afuera.


-Manos a la obra – Pensó Mark, mientras interrumpía la carrera de dos hombres con mosquetes que ahuyentaban a mas aborígenes, a fuerza de disparos. Inmediatamente, otro uniformado diviso su presencia, y apunto en su dirección. – Otro menos – Otro pensamiento surco la mente de Mark, mientras ejecutaba el tercer disparo.


Puso sus dos brazos en el aire, levanto sus hombros hasta cubrir su cara, protegiéndola de el polvillo, la ceniza, y la sangre, y siguió asesinando asesinos.


Félix, aunque apoyaba a los franceses mentalmente, seguía físicamente imparcial, detrás de unas maderas oportunas que le servían de escondite. De repente, una luz irradio en sus ojos, y perdiendo conciencia se acercó a el cadáver más cercano. Con su dedo índice en la herida, mojo su yema en sangre, y empezó a realizar una pintura en la tela del toldo que había caído sobre la tierra debido al ajetreo de la lucha.


Dos balas quedaban entre ambas pistolas, según las matemáticas de Mark. Giro la cabeza obteniendo una vista panorámica. A pesar de haber matado solo unos 10 hombres, parece que generó la suficiente cobertura como para que los Natchez reaccionaran. Busco un lugar donde recargar. No hubo demasiado tiempo. Un cañón apostado en la cima de la colina del Este disparo a unos metros de su existencia. La fuerza del impacto contra el suelo, hizo volar a Mark unos metros hacia la dirección de otra tienda. Nuevamente, atravesó gentilmente sus telas, y cayo adentro. Le tomo cerca de un minuto volver a reincorporarse y ver, que a unos simples pasos, un anciano con los ojos luminosos se encontraba sentado allí. Su brazo se extendía por sobre su pecho, e indicaba con sus dedos una pobre dirección. Mark giro intuitivamente, aun dañado por el golpe.


Siguiendo el trayecto del brazo, Mark miro a través de la entrada al toldo, como Félix Renard levantaba la tela de la tienda pintada en rojo, que contenía un vago dibujo de una tienda en particular, de esa misma aldea.


- Otro nuevo dibujo, otra nueva dirección- Pensamientos que pasaron fugazmente por su cerebro.

1 comentario:

  1. "asesinando asesinos" me encanto
    El nombre del post, por otro lado, parece una comida mejicana: "Mozo, traigamen una bandejita de nachez ardientes"

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