domingo, 21 de agosto de 2011

Caos

La flecha se deslizó suavemente por el arco, cuando la árida y áspera mano la soltó, casi acariciándola. La cuerda hizo un leve ruido cuando la expulsó. El proyectil disimulaba su vuelo con el casi melódico sonido, del aire cortándose. Cayendo suavemente por sobre aquella ciudad devastada, opaca y amarillenta, por la forma en la que el sol proyectaba su escasa luz, iba descendiendo desde el noveno y último piso del edificio en el que había sido liberado.


Luego del cuarto segundo en el que había sido liberada, la flecha se incrusto en el cráneo del hombre salvaje. No hubo sangre. Simplemente un golpe seco, la mitad de la flecha estaba atravesando su cabeza. Al instante el hombre primitivo cayó. Se escuchó, con un mínimo eco retumbante un impacto contra el suelo. Primero las rodillas, después su cuerpo y su cabeza se depositaron gentilmente en el polvo.


El lanzador del disparo casi etéreo miro, ya sin remordimientos, probablemente por haber pasado por esa experiencia múltiples veces, el cadáver del cavernícola tirado en el medio de la carretera. Todo era una amenaza. Todo lo era después de aquella accidentada semana. Tomo simplemente una semana para que la ciudad, el mundo, e incluso el universo estuviese completamente destruido. Aquella tarde de película había sido la más liviana de los últimos tiempos. El hombre no había aniquilado más que unas decenas de vidas.


El edificio se encontraba construido en una esquina de un barrio no muy comercial, casi residencial, lo que situaba al hombre por arriba de cualquier peligro que pudiera acercársele. El techo del extremo del edificio que se enfrentaba con el cruce de las calles, estaba totalmente destruido, dejándole un buen lugar de avistamiento de movimiento por debajo del hombre, pero también brindándole, en el otro extremo, un lugar de pura sombra, dándole un perfecto escondite. Estas fueron las principales razones por las cuales el hombre había decidido que era el lugar ideal para permanecer. Fuera de los peligros, pero preparado para enfrentarlos.


Era un experto en los disparos con arco y flecha. Solía cazar con su padre de joven. La cantidad de concentración y foco que debía canalizar era tarea fácil gracias a la práctica. Lo ayudo cuando tuvo que enfrentarse a los hunos, en un callejón pequeño, sin poder desperdiciar flechas. Claro, que el poseía otras armas además de la que le gustaba usar, pero esta era mucho más sigilosa, y evitaba problemas. El ruido era un lujo que no podía permitir.


Miro el atardecer macabro, irónicamente bello. Se dio media vuelta y se froto el cuello, intentando relajar la tensión de sus músculos. Apoyo suavemente el arco de poleas sobre la pared. Se desabrocho su cinturón que cargaba la bolsa de flechas, y saco su segunda bolsa de la espalda y las tiro, exhausto, sobre el suelo. Agotado sacose su vieja remera sin mangas, y la lanzo a unos metros del viejo colchón que le brindaba reposo todas las noches. El mismo, se encontraba a unos pasos de la abertura del techo, pero estaba cubierto totalmente por la sombra, la cual lo ayudaría a conciliar el sueño. Pero a la mañana siguiente, recibiría la luz del día a primera hora y despertaría a tiempo para hacer lo que le correspondiera, dependiendo de la circunstancia. Se abalanzo sobre su reposo, y finalmente obtuvo paz, al menos ese día.


Cuando finalmente, la preciada luz del día lo alcanzo, no logro despertarse completamente. Un aura de sopor lo envolvía aun. Recordaba los días de estudiante. Esa vez le volvió a la mente el golpear el despertador en el botón de repetición, nunca quería despertarse, y le hubiera encantado vivir en el mismo estado de ignorancia y vagancia, en el que se encontraba actualmente, por el resto de su vida. Ponerse la ropa del colegio era repugnante. Odiaba la secundaria, pasaba sus días estudiando, cuando realmente deseaba hacer más. Estaba sediento de aventura, pero cuando está realmente lo golpeo, tenía 28 años, y no la quería ni siquiera un poco, no al menos de esta forma.


Ese día tocaba buscar provisiones. Las últimas latas de atún, y los conservados se acabarían con el rápido desayuno que tomaría. El sol lo mantenía lo tibio en su cama, no quería levantarse, y menos para enfrentar a múltiples amenazas que andaban libres por las calles. Se sacó la sabana de encima con las manos, y la revoleó mas lejos con sus pies. Se limpió sus ojos, que no podían terminar de abrirse, y se desperezo. Le causaba mucha gracia y satisfacción su ritual de desperezamiento. No creía poder levantarse y vivir otro día, sin realizarlo.


Se sentó en el colchón. Busco la remera más cercana. Poseía patrones de camuflaje, pero no dejaba de ser una remera informal de típico uso. Le quedaba ajustada, ya que no era de él. El hombre media alrededor de 1,85 metros, y tenía una buena contextura y estado físico. Su cabeza estaba rapada, y tenía facciones caucásicas. En una sociedad humana, pasaría desapercibido. Pero el contexto de ese tiempo en particular, lo dejaba en un lugar especial en cuanto a estética.


Puestas su remera, su pantalón deportivo negro, y las botas de batalla, desayuno finalmente, pero no sin antes observar atentamente por la abertura del edificio buscando movimiento. Nada a la vista. Tranquilamente ingirió su comida sentado con sus piernas cruzadas.


Se levantó y lanzo sus desperdicios al lavadero del baño. Estaba repleta de otras porquerías que debía limpiar. Camino unos pasos, y abrió un par de puertas que daban a un guardador. Era su armería personal. Luego de la crisis lo principal era armarse. Con a las armas de su casa, las de una comisaria cercana, y las que encontró en diferentes trifulcas y batallas, se armó lo suficiente como para enfrentar diversos peligros.


Normalmente, para una salida rutinaria, como aprovisionarse, tomaría un rifle, y dos pistolas, y por supuesto, el arco de poleas. En cualquier salida, el hombre evita cualquier tipo de enfrentamiento, por eso también llevaba el aparatoso arco consigo. La usual superación en número, y el miedo a saber a qué se enfrentaría le daban razones válidas para hacerlo. Este día, no fuera de lo común, tomo su par de revolvers S&W Magnum .357, y el rifle Kalashnikov. Se adjuntó el rifle y las bolsas de proyectiles al hombro, las armas de mano a la cintura, y tomo el arco en la mano. Se froto la nuca, como si saliera vencido, y se aventuró a las calles.


Bajo las escaleras, puesto que el ascensor estaba roto hace ya unas semanas. Los 9 pisos de escalera siempre reavivaban sus músculos. Llego a la planta baja. La puerta de la escalera, daba directamente contra el gran lobby del edificio. Probablemente haya sido un edificio de reuniones y oficinas. El gran hall estaba decorado en exceso. Era muy elegante, y con estilos barrocos en algunos detalles. Claro, ahora mucho ya no se notaba.


Había 3 salidas. La puerta giratoria, ubicada en el centro de la pared, que daba a la salida, y a sus lados dos puertas comunes. El hombre siempre elegía la puerta de la derecha. Salía, casi directamente, a la esquina. Miro a los lados, y, discretamente y agachado se dirigió al callejón de la calle de enfrente. El callejón estaba limitado por un gran paredón de ladrillos, pero del otro lado, por una frágil cerca de madera. Al final había un alambrado de aproximadamente dos metros. Volvió a treparlo como siempre, cayendo nuevamente sobre el gran contenedor de basura del otro lado. Su sigilo era perfecto debido a las veces que lo había practicado. No se escuchó ningún ruido cuando sus pies descendieron lentamente sobre el metal del contenedor.




Desde el contenedor le era accesible el salto hacia el paredón. Logro mantenerse con sus codos apoyados. A pura fuerza de brazos se posiciono con la mitad superior de su cuerpo sobre la gran pared. Luego subió las piernas. Agachado, corrió unos 3 metros y salto a la izquierda. Aterrizo sobre el techo del garaje de un chalet familiar. Se sentó sobre el final del mismo, y cayó sobre el Torino de la familia Wilver. Los vidrios estaban rotos, y el casco lleno de balas. Miro a sus alrededores. No vio nada.


Se dirigía a un supermercado, del cual se había estado abasteciendo las últimas 3 semanas. Había tenido que pelear algunas veces por las provisiones. Aquellos que supieran que eso era un supermercado, irían a buscar allí más comida. El almacén se encontraba unas 2 cuadras a la izquierda de donde se encontraba ahora. Bajo del Torino, y chequeo nuevamente por movimiento. Nada. Siguió corriendo con la cabeza gacha, hasta llegar a la esquina. Tomo una de sus flechas y con ella tenso la cuerda del arco. Lo hacía para tener un tiro listo, por cualquier problema que podría surgir.


Desierto. Desierto a la izquierda, a la derecha, adelante y atrás. Incluso en el cielo no volaba un solo pájaro. Cruzo la calle en un abrir y cerrar de ojos. Lo mismo hizo con la calle siguiente. El local se encontraba en la próxima calle, girando a la izquierda. Era un almacén grande, pero no llegaba a ser un hipermercado. Ningún problema al entrar. Tomo el tercer camino, entre góndola y góndola, después de saltar la caja registradora en el medio. Tomo lo suficiente como para unas 2 semanas y media. De camino decidió comer un turrón, para engañar a su estómago que rogaba comida.



1 comentario:

  1. Y la dormicion??? muy bueno, igual critico...muy abundante la descripcion de cada movimiento de el protagonista. Capaz perde un poco mas de tiempo describiendo lugares o pensamientos de el y no tanto narrando cada accion que hace...No se si me explico bien...

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